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“Hacia Una Teoría General Sobre Los Hijos de Puta” (Tusquets editores) SINOPSIS
Mediante
una perspectiva genética –que no deja de lado la historia, la literatura e
incluso la filosofía–, este fisiólogo celular y molecular examina la
«hijoputez» como «infamia universal». Según su análisis, el afán por causar
daño al prójimo es mucho más que un comportamiento cultural o psicológico,
responde a pautas y patrones que permiten un estudio de la maldad desde un
punto de vista biológico. Con un lenguaje ameno, siempre apegado a la
ciencia, Cereijido busca una explicación al comportamiento de los soldados en
Guantánamo y Abu Ghraib, los distintos tipos de castigos y tormentos
infligidos a través de la historia, así como el maltrato cotidiano al que
están expuestos millones de personas condenadas a la pobreza por una serie de
decisiones tomadas por «hijos de puta».
IntraMed dialoga con Marcelino Cereijido. Un científico provocador, un libro apasionante.
Como
investigador profesional (fisiología celular y molecular) Marcelino Cereijido
está sometido y acostumbrado a un implacable “publish or perish”. Pero
dedica sus horas libres a escribir ensayos sobre temas que todavía no
son territorios exclusivos de la ciencia: “La Nuca de Houssay”, “La Muerte y
sus Ventajas”, “La Ciencia Como Calamidad”. Ahora publica en Argentina
“Hacia Una Teoría General Sobre Los Hijos de Puta” (Tusquets), libro que
desde la misma portada nos causa dos respingos: por lo insólito del
tema y por la grosería del título.
“¿Insólito
el tema? se sorprende el autor. ¡Para nada!” Es tan antiguo que ya se
lo debatía un milenio antes de que se desarrollara la ciencia
moderna, y ha mandado a la hoguera a quien lo enfocó incorrectamente.
En el Siglo V Agustín de Hipona (“San Agustín”) afirmaba
que al Universo lo había creado un arquitecto perfecto: Dios.
¿Perfecto? ¿Entonces –dudaban algunos teólogos- por qué hay terremotos,
sequías, hambrunas, guerras, piojos, enfermedades, crímenes. Quien, para
poder responder,0 admitiera cierta chapucería divina podía morir
quemado en una pira. Si en cambio argumentaban que Dios
había creado un universo perfecto, pero el Diablo metía su
cola, dicha respuesta inauguraba por lo menos otras dos
escuelas teológicas, ambas peligrosas: (1) que Dios no debía ser tan
todopoderoso como se creía, pues era incapaz de mantener a raya al Diablo.
(2) si en cambio opinaba que Dios permite que el
Satanás cometa diabluras para ponernos a prueba, le retrucaban ¿A
prueba? ¿Acaso no es omnisciente? ¿Necesita matar de fiebre
puerperal una de cada cinco mujeres durante el parto, o hacer
morir media Europa en una epidemia de Peste Negra para
averiguarlo?.
Con el colapso de los modelos teológicos, el tema del Mal fue desvaneciéndose, y lo acabaron de matar los humanistas, para quienes ese tipo de fenómenos ocurre en el plano de la ética. Sin embargo basta abrir cualquier periódico, en cualquier país, cualquier día, para constatar que la perversidad del ser humano supera ampliamente al cáncer, la lepra, el Alzheimer, y las enfermedades cardíacas puestos juntos en eso de arruinar la vida. Por eso Cereijido se pregunta: en un Siglo XXI que dedica institutos descomunales regados por todo el mundo al son de millones y millones de dólares para estudiar esos flagelos ¿cómo es que el análisis de la maldad humana recibe tan poca atención de los científicos? La respuesta está contenida en la opinión de Karl Popper, para quien una pregunta sólo se puede considerar científica cuando podemos hacer algo por responderla. Podría ser que el tema de la perversidad esté aun demasiado verde para un tratamiento verdaderamente científico; por eso Cereijido recurre al género ensayo.
En
cuanto a la grosería del título, el autor es el primero en reconocerla
y lamentarla, pero es la humanidad entera que coincide en llamar “hijo
de puta” al
perverso, y semejante coincidencia no le pasa desapercibida a Cereijido que
quiere revisar si la sabiduría popular tiene algo que decir al respecto. ¡Y
lo tiene! Justamente el Capítulo 8 se llama: “¿Las prostitutas tienen algo
que ver con todo esto?” y la respuesta es enfáticamente positiva; ya veremos.
Cereijido llega a lamentar que el mero llamarla “hijoputez” surge de una actitud
imperdonablemente machista, pero es que este machismo está en la raíz
del problema. Sólo espera que la lectura de su libro lo aclare y llegue a
disculparlo.
Cereijido
aclara que, así como en pleno Siglo V Agustín de Hipona no hubiera podido
dejar de darnos una explicación “a la teológica”, en pleno Siglo XXI él
solo puede intentar una interpretación “a la científica”. Pero ¿en qué
consiste una explicación científica? Justamente el Capítulo 2
(“Maneras de Interpretar la Realidad”) nos entera de cómo sería una
interpretación “a la científica”. Y en el Capítulo 3 (¿Raíces
biológicas de la hijoputez?) ya empieza a mostrarnos de lleno los
frutos de su enfoque, porque si realmente la
hijoputez tuviera una raíz biológica, significaría que ya la
traemos codificada en nuestros genes, en cuyo caso todos somos
hijos de puta en potencia. Pero aquí el autor comienza a enseñarnos
cosas útiles, que nos enriquecerán aun en el caso de que al final de su
ensayo pudiéramos llegar a discrepar con él. Por ejemplo Pep Guardiola
ha dicho recientemente “Messi tiene el gen del gol”. Por supuesto lo ha dicho
metafóricamente, pues quien conozca el ABC de la evolución molecular, sabe
muy bien que un gen no puede ser seleccionando a lo largo de cientos de
millones de años para que un futbolista haga goles en el Siglo XXI. Pero
entonces ¿cómo podría la hijoputeztener raíces biológicas? Sobre
todo teniendo en cuenta que hace, digamos, cuarenta millones de años ni
siquiera existían los Homo sapiens (nuestra especie). ¿Acaso la
prostitución es más antigua que la humanidad? Y aquí viene una de las tantas
sorpresas del ensayo “Hacia Una Teoría General Sobre La Hijoputez”: sí
llamamos “prostituta” a la hembra que permita que el macho la
copule para obtener alguna ventaja, en momentos en que no podría procrear
pues ni siquiera está en celo, démonos por informados que hay peces
hembras y aves hembras que ejercen la prostitución cada vez que les conviene.
Luego,
si hacemos sinónimos “hijoputez” y “perversidad”, arriesgamos
caer en antropocentrismos ¿Hay animales perversos? Cereijido advierte
claramente el peligro de adjudicar valores humanos a un bicho de hace
cincuenta millones de años. Pero su argumento va más o menos así: desde
que la Evolución aprendió a hacer animales de cuatro patas lo encontró tan
ventajoso que le pasó la receta a nuestra madre para que nos pusiera cuatro
miembros a nosotros también. Hay arañas que en plena cópula le
devoran la cabeza al macho, lo que indica que la Evolución se tomó
largo tiempo en forjar dicha conducta. ¿Estamos seguro de que las
recetas genéticas para darles esos atributos a las arañas no han llegado
hasta nosotros? Y si no llegó ¿de qué manera las ha frenado, o las mantiene
inhibidas? Científicamente el asunto es muy complejo, pues es necesario
buscar no solo si hemos heredado un atributo que nos haga hijos de
puta, sino también qué formación tiene entre sus funciones la de mantenerlo a
raya.
En el
Capítulo 4 Cereijido nos recuerda el chasco que se llevó Hannah Arendt,
cuando fue a Jerusalem a presenciar el juicio de Adolf Eichmann,
pensando tal vez que vería un diablo con efluvios azufrados y cola en punta
de flecha. Pero luego tuvo que publicar“Banality
of Evil” (la
Banalidad del Mal), pues se convenció de que Eichmann era un burócrata
anodino que podía haber ido sentado a nuestro lado en un colectivo
porteño sin que nadie advirtiera que era (o había sido) un terrible
asesino. De hecho así fue: por años Eichmann por viajó entre
nosotros pasando por un porteño más. ¿Cuál es el mecanismo que transforma a
un burócrata cualunque en un mayúsculo criminal? De pronto estalla una guerra
entre serbios y croatas, y se matan, incendian, torturan, castran,
violan, arrojan bebés a las calderas. ¿Dónde habían estado esa bestias
antes de la guerra? ¿En jaulas? No, para nada. Eran sastres, vendedores de
calzado, peluqueros, mozos de restaurante. Lo que les encendió la
hijoputez fueron las circunstancias. Por eso en el Capítulo 4 Cereijido
se dedica a analizar ¿Qué son las circunstancias? Por eso nos entera de qué
son las restricciones, cómo operan, y para ilustrarlo con
sencillez nos cuenta que nuestros propios genes están restringidos, no
se pueden leer, cual libros que vinieran con las páginas sin
cortar. Sólo un tipo de células muy especiales (las de los islotes
de Langerhans del páncreas) son capaces de des-restringir el gen de insulina, leerlo y
expresarlo. Si lo des-restringiera una célula de su codo derecho y
se pusiera a segregar insulina, usted lector padecería una patología
tremenda y hasta saldría publicado en alguna revista médica.
El
Capítulo 4 es entonces otra instancia de que, en el remotísimo caso de que
haya un lector a quien no le interese la hijoputez, se entretendrá así y todo
observando cómo la enfoca Cereijido, y a los extremos que puede
llegar un científico en busca de explicaciones.
Por un momento creí haber leído mal el título del Capítulo 5 “Un Cambio de la Gran Pauta” Pero no, el libro nos recuerda que hay envolventes (pautas), como cuando decimos “El arte medieval” o “El amor en los tiempos del cólera”, o “El tango en los 40’. En ese sentido Cereijido opina que la perversidad social tuvo un cambio de la gran pauta hace unos diez mil años, provocado por la famosa Revolución Agraria. Lo feo del asunto es que la nueva “gran pauta”, la que se comenzó a forjar hace diez milenios, es la que hoy tenemos andando a toda orquesta, nos concierne y fue un cambio para peor. En ningún momento podemos leer relajadamente “Hacia Una Teoría General Sobre Los Hijos de Puta”, pues contiene grandes sorpresas. Por ejemplo el Capítulo 6 se titula “¿Y si el problema fuese que no hemos logrado ser suficientemente hijos de puta?” A ver ¿hemos leído bien? ¿El autor está dejando entender que por ahí, si aumentara el grado de hijoputez viviríamos más felices? No lo asegura, pero tampoco se anima a descartar la posibilidad. Después de todo, en un nicho ecológico no impera la bondad. Un conejo sabe que cualquier zorro lo va a devorar, y una gacela que cualquier león la va a matar. “Parecería –comenta- que en la naturaleza la hijoputez está maximizada”. No descarta que uno de los problemas humanos, es que todavía nos perjudican los perversos porque no nos convencemos que todos los humanos somos potencialmente (biológicamente) hijos de puta.” Y así llegamos a uno de esos tópicos que no esperábamos, pero que Cereijido se vio obligado a incluir para explicarnos sus puntos de vista. Uno de ellos se llama “Biología del engaño y la mentira”. Pero no lo comentaré en esta nota, lean el libro.
Quizás
el Capítulo 7 “Los usos de la hijoputez” sea el único capítulo “lineal”,
no sorpresivo, tal vez porque a esta altura de nuestras vidas ya hemos
aprendido cómo operan los aparatos bélicos, las instituciones financieras,
los carteles de la droga. Pero si nos ponemos en el lugar del autor, nos
queda claro de que en un libro así no podría haber faltado un capítulo
mostrando que un ser humano que ha aprendido a usar la energía del
viento, del carbón, del petróleo, del Sol y del átomo no podría haber
dejado de ponerle un arnés a la hijoputez y obligarla a trabajar en su
provecho. Veamos un ejemplo: toda especie ha “exagerado” algún atributo y ha
hecho de él una herramienta y un arma para la lucha por la vida. La del Homo
sapiens es la capacidad de conocer, y una forma de la maldad consiste en
arruinársela, ya sea desde afuera (la practica el Primer Mundo contra el
Tercero ) y desde adentro (lo ejercen las jerarquías religiosas para
que no accedamos a un nivel capaz de poner en duda sus antiguallas e
inmoralidades ).
El uso más obvio, ancestral y bochornoso surge de lo que los biólogos llaman “dimorfismo sexual”, para referirse a que en algunas especies el macho y la hembra se distinguen a simple vista a una cuadra de distancia. Pensemos en una yunta de pavos reales, o en una morsa macho que es tres veces más grande que una hembra. Pero es muy difícil para un no-especialista distinguir un alacrán macho de uno hembra, una paloma macho de una hembra. El autor nos recuerda que nosotros, los Homo sapiens, tenemos un gran dimorfismo sexual: el varón es en promedio más poderoso muscularmente que la mujer, y las circunstancias siempre le han permitido usar su fuerza para arruinarle la vida a la mujer en mil y una formas de despiadado machismo.
Se dice
vulgarmente que la profesión más antigua es la de prostituta.
Para Cereijidoen cambio es la de proxeneta, pues rara vez una mujer
escoge de motu proprio ser prostituta. Detrás de cada prostituta hay un
drama de violencia intrafamiliar, insultos, palizas, policía corrupta y
cómplice, cárceles, con hijos (precisamente, los hijos de puta) concebidos
como desgraciado percance, por error de cálculo, accidente o
directamente por violación. Luego ni ella ni su ocasional compañero
pudieron conseguir abortarlo, a pesar de agujas de tejer metidas
en el útero que acaso lo perforaron y dejaron al feto tullido. El
nacimiento de un hijo de puta siempre provoca un drama familiar, una
dificultad económica y ocurre en medio del escarnio social. Es común que el
hijo de una prostituta haya ido preso de bebé, cada vez que a ella la
atraparon en una redada, y tuvo que rogar que le dejaran llevar a
su bebé con ella, pues no encontró quién se lo cuidara. Es habitual que
en la foja de muchos malvivientes y asesinos seriales
conste que ha sido hijo de una prostituta criado y educado en los bajos
fondos de la sociedad. Todos los pueblos de la Tierra han advertido que el
hijo de puta es antisocial, mal tipo, y por eso usan “hijo de puta”
como paradigma de “perverso”, como cuando dicen “claro como el día”, “veloz
como una saeta”. Si Cereijido hubiera optado por un eufemismo políticamente
correcto se le hubiera escapado uno de los rasgos fundantes de la maldad
humana.
Como
digo, el libro no nos permite relajar, pensando que el texto proseguirá con
“más de lo mismo”. Por si faltaban sorpresas, el análisis del
dimorfismo sexual le da pie a Cereijido para ser optimista. Nos explica
que el varón y la mujer no son dos organismos idénticos, salvo que el
hombre tiene más fuerza y la usa para adaptar las leyes y lograr que su
crueldad de victimizar a las mujeres sea legalmente tolerada, es decir,
para generar culturas hijodeputamente machistas (ej. hacer de los pies dos
muñones porque así le apetece al varón chino, arrancarles el clítoris o
quemarles la cara con kerosene si eso cuaja con las normas morales impuestas
por el macho islámico).
Pero,
vayamos despacio ¿acaso la mujer tiene atributos que podrían darle ventajas
en otras circunstancias? ¿qué atributos? ¿en qué circunstancias le otorgarían
ventajas? Cereijido se explaya en sus argumentos, pero el espacio sólo me
permite nombrar algunos de los factores que trae a colación. Su
discusión requiere leer el libro y meditar:
¿En la
ciencia del futuro? Y si es así ¿Porque en la lista de Premios Nobeles sólo
figuran unas pocas mujeres? El mentecato ignora que hasta hace apenas sesenta
años, así como se les negaba derecho a hablar en las asambleas, a
conducir servicios religiosos, a votar, y se les pagaba menos que al varón
por igual trabajo, o no se les permitía disponer de su cuerpo, a las mujeres
tampoco se las admitía en las grandes universidades. ¿Donde iban a
forjarse y ejercer como científicas? Hay países donde todavía no
se permite el acceso a la mujer a la instrucción pública. Todavía no hace un
siglo que la mujer empieza a asomar en los estamentos académicos. Hoy la
lucha feminista está logrando no ya que se permita el acceso de la mujer al
mundo de la ciencia, sino que no se le siga arrebatando un
derecho que siempre debería haber tenido. No en vano la trabajosa
liberación de la mujer resulta ser paralelo al desarrollo de la
ciencia moderna. La Gran Pauta hoy se encamina hacia “La Hora de
la Mujer”.
Como comenta Cereijido “Todo lo que espero, es que cuando llegue esa Hora no se le dé por discriminarnos”. Y su optimismo surge de que el bebé humano nace inmaduro (Hilflosigkeit), incapaz de vivir por sí mismo, así lo dejemos sobre una cama rodeado de biberones y pañales. Para que consiga vivir, alguien tiene que querer que viva. Tomemos entonces el hecho de que aquí estamos, como indicio de que las madres así lo han querido, y el futuro feminismo no consistirá en una réplica cruel y bochornosa de ese machismo actual que es fuente inagotable de hijoputez.
(1) Cereijido, M. “La Ciencia Como
Calamidad”. Gedisa, Barcelona, 2009
(2) (2) Cereijido, M y Reinking,
L. “La Ignorancia Debida”. Libros del Zorzal. Buenos Aires, 2003.
NOTAS BIOGRÁFICAS
Marcelino
Cereijido, (Buenos Aires, 1933) es doctor en fisiología por la Universidad de
Buenos Aires. Realizó su posdoctorado en la Universidad de Harvard. Se ha
desempeñado como profesor e investigador en el Instituto de Fisiología de la
Universidad de Múnich y en el departamento de biología celular de la
Universidad de Nueva York. Es profesor emérito del Centro de Investigaciones
y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, en México. Ha sido
asesor del Centro Latinoamericano de Biología de la UNESCO. Es miembro de la
Comisión Dictaminadora del Sistema Nacional de Investigadores de México y del
Consejo Consultivo de Ciencias de la Presidencia de la República. Ha recibido
los premios Nacional de Ciencias y Artes (1995) y el Premio Internacional de
Ciencias Bernardo A. Houssay (1993) de la Organización de los Estados
Americanos, entre otros. Es autor de más de un centenar de artículos
científicos y de libros como La madre de todos los desastres; La muerte y sus
ventajas; La ciencia como calamidad; y Ciencia sin seso, locura doble.
Hacia una teoría general sobre los hijos de puta.
Cereijido, Marcelino. Tusquets, editores CIENCIA (NF). Biología ISBN: 9786074212778 304 pág. |
miércoles, 23 de mayo de 2012
La Hijoputez
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