Dr. Emilio La Rosa Rodríguez
Los conceptos nos permiten pensar; pero también nos lo impiden. Ellos fijan hitos que acaparan nuestra atención, recortando de esta forma un fragmento de la realidad, el cual se le deja abandonado en una zona oscura a pesar que puede contener múltiples riquezas. Este método restringe la realidad y la riqueza de análisis, tratando de convencernos de que el recorte de la realidad es el mundo. Al final, terminamos moviéndonos dentro de esos límites como atrapados por nuestras propias redes. Así, lo conceptualizado puede ser muchas veces lo único pensado.
La conceptualización de la salud ha dado origen a un paradigma tecnocrático, que divide al hombre en dos planos, uno físico y otro mental. Esta disociación dificulta mirarlo como un todo, de tal forma que cuando se desea la unidad del hombre, primero se le conceptualiza en planos separados.
Además, este paradigma tecnocratico:
· Pone en tela de juicio el criterio de adaptación, limitando la reflexión sobre la influencia que tienen para la salud las diversas formas de vida y de cultura, y sobre la posible enfermedad del todo.
· Considera la salud como algo individual, sin tener en cuenta a la familia y a la comunidad.
· Piensa que la restauración de la salud es prácticamente un monopolio de instituciones técnicas, y que su veredicto pertenece a los profesionales competentes, cerrando así la idea de un abordaje social de los problemas y de sus condiciones.
· Centra el progreso en el avance científico y técnico; y cierra de esta forma la comprensión del "ser humano enfermo", cuyos recursos mas vitales pueden ser movilizados justamente por la comunicación y la sensibilidad profunda hacia la situación limite que representa su enfermedad.
· Su afán de medir y cuantificar, lo lleva a confundir el verdadero avance con el incremento en tecnología, servicios, camas, agentes físicos y químicos; y no repara en las relaciones de intercambio y comunicación entre los agentes de la salud y sus receptores.
· Presenta las enfermedades como algo aislado que afecta a un pedazo del organismo; y no como efecto que altera una totalidad viviente.
· Revindica y defiende la standardización de las enfermedades.
· Se interesa y ataca sobre todo a los síntomas y lo hace principalmente a través de medios químicos o mecánicos; priorizando la idea de una vida aliviada por remedios omnipresentes.
· Nubla la visión y el pensamiento en relación a la crueldad y la humillación que pueden imponer los medios que utiliza, el impacto que éstos tienen sobre la persona y sus fuerzas vitales, así como del ambiente físico y social que lo rodea (la arquitectura de los hospitales, por ejemplo).
· Nos lleva a priorizar y focalizar la formación de los profesionales de la salud en los aspectos científicos y tecnológicos, dejando de lado muchas veces el estudio y la comprensión de los fenómenos psicológicos y sociales. De la misma manera, en su trabajo cotidiano, los profesionales de la salud podrán recibir apoyo técnico; pero no habrá para ellos comprensión o contención alguna; su enfrentamiento diario con la angustia, el dolor y la muerte deberán hacerlo solos, con el peligro de encontrar en el evitamiento, el bloqueo y en la negación la única salida, desde el momento en que este paradigma niega sencillamente la existencia de esos problemas.
Sin negar los éxitos de esta concepción de la salud y los progresos considerables de la medicina, este paradigma se ha visto afectado por la emergencia de nuevos conceptos que señalan que la salud depende no solamente de factores biológicos y psicológicos sino también de determinantes sociales, medioambientales, educativos y culturales. La aparición de nuevos fenómenos como la iatrogenia, la terapia intensiva y otros han debilitado también este paradigma.
La iatrogenia no es otra cosa que los efectos enfermantes de los recursos o medios concebidos originalmente para curar. Es decir el poder enfermante de los tratamientos médicos. Este concepto que permitió pensar y no pensar, ha impedido un largo debate sobre este fenómeno, dando como un hecho que algunos tratamientos pueden ocasionar efectos secundarios no deseables. Desde ya se habla de efectos secundarios, es decir menos importante. Esta manera de catalogarlo, obstaculiza pensar en su importancia, calidad y necesidad. Pero si miramos bien esos efectos podríamos preguntar si la iatrogenia ¿es el producto de una concepción atomista y disociadora del hombre? ¿no es debido al hecho de atacar síntomas, tratar enfermedades, órganos, individuos, pero no hombres inmersos en sus diferentes momentos vitales y en la comunidad? ¿si no sirve sobretodo para esconder o disminuir la angustia de los profesionales de la salud, que no deben contaminarse con compromisos existenciales que obnubilen su razonamiento y pongan en peligro su competencia?
La terapia intensiva, es un avance espectacular de la medicina pero paralelamente puede ser usado contra el hombre robándole el derecho a existir con dignidad, de no vegetar, y de morir con dignidad y lucidez.
Finalmente, la vida humana como un continum es una realidad escamoteada por el paradigma tecnocratico, que impide pensar el hombre como unidad en todas las etapas de su vida.
En 1958, Spitz mostró en Inglaterra el fenómeno del hospitalismo que provocaba en los niños, internados y privados del afecto de sus madres, una especie de marasmo que terminaba en muerte, de no revertirse la situación afectiva, a pesar que tenían resueltas todas sus necesidades básicas.
En la década del 70, los expertos de la UNESCO llegaron a la conclusión que la falta de proteínas durante los primeros años de vida, retrasan el crecimiento de las estructuras del cerebro, produciendo un retardo de la inteligencia, que una vez pasado ese lapso se vuelve irreversible. Estos y otros aportes fueron decisivos para abordar la salud del niño como un concepto integrado de madurez psicofísica y de bienestar familiar, en el cual el amor juega un rol primordial.
Nos preguntamos si ¿alguna vez dejamos de necesitar afecto, comunicación, actividad creativa, contacto constructivo con el entorno físico, estímulos, inserción social? ¿O cambia solamente su ritmo, su estilo, sus momentos?
En el otro polo de la vida, la ancianidad, tercera o cuarta edad, representa un etapa evitada y negada en las sociedades desarrolladas. Ella tiene que abordarse dentro de un concepto total de la existencia humana, de la vida como un continum, de su sentido, de la interrelación entre lo físico, lo psíquico, lo social y lo medio-ambiental. El anciano muere y pierde sus potencialidades sobretodo a causa de la perdida de su rol social, del respeto de sus capacidades, de su deseo y posibilidad de convertirse en un trasmisor de la cultura en la que desarrollo su existencia, de su falta de comunicación y de afecto de las otras generaciones. Las infecciones, lesiones o traumatismos son un agregado a su sufrimiento social.
Entre esos dos polos, esta el hombre que estudia, que trabaja, que esta desempleado, que se angustia por su futuro, que sale de la universidad y tiene frente a él un porvenir sombrío o reluciente.
¿Como abordar este hombre en todas sus etapas sin comprender sus angustias existenciales y sus otras dimensiones, que forman parte de su unidad? Pero como hacerlo, sin reformular el paradigma tecnocratico de salud?
Este es el desafío del siglo XXI, que tiene necesariamente que rescatar al hombre en su integridad.